Skip links

Carabobo

Entre la desigualdad, el pudor y la opacidad

Por Dayrí Blanco

Como tantas otras tardes, María Emilia fue a buscar a su hija al colegio. Cuando la joven de 14 años se subió al auto, tenía lágrimas en los ojos. “El profesor de gimnasia, al corregir una postura, me toca mis partes íntimas”, dijo sollozando. La madre se quedó en blanco. No sabía qué responder.

La adolescente, a pesar del miedo, no se había quedado callada: horas antes, le había dicho al profesor que no le gustaba la forma en que la tocaba, y que hablaría con su madre. El profesor, irritado, desestimó sus quejas: le dijo que ella no servía para la gimnasia porque no aceptaba que la corrigieran.

Esa tarde en el carro, María Emilia la abrazó con fuerza, asegurándole que le creía y que la apoyaría en cada paso del proceso de denuncia que, estaban decididas, llevarían a cabo. 

De ese momento han pasado tres años.

Después que ella reveló lo ocurrido, varias compañeras le contaron que les había pasado lo mismo, pero ninguna denunció porque pensaban que le creerían al profesor y no a ellas; y algunas simplemente sentían que se trataba de la corrección de la técnica.

A pesar de las pruebas y los testimonios, el caso sigue abierto, y el profesor continúa dando clases. Pero la adolescente, que ahora está por cumplir 17 años, reconoce que esa acción que pudo llevar a cabo fue gracias a que tenía información: ella, sus compañeros y los representantes habían recibido clases de educación sexual, y fue por eso que pudo denunciar lo que identificó como un abuso.

“A mí me daba mucha pena esas clases porque nos hablaban de cosas de las que no estábamos acostumbrados, pero ahora entiendo que eran necesarias”.

La otra cara de la realidad

Hay adolescentes que no han tenido la misma suerte. Yosmary García, de 26 años, recuerda con amargura cómo un amigo de su padre abusó de ella desde que tenía 8 años. “Él era una figura de confianza en nuestra casa”, relata con una mezcla de rabia y tristeza. Durante años, guardó el secreto por miedo y vergüenza, hasta que se lo contó a sus padres, quienes no le creyeron sino que más bien la regañaron “por decir mentiras”. 

Cuando quedó embarazada a los 16 años, sus papás se distanciaron del abusador, pero no tomaron medidas legales. Ahora, como madre soltera de un niño de 10 años, está determinada a protegerlo de cualquier peligro. 

Sin embargo, la educación sexual es un vacío en el currículo educativo que imparten en la escuela pública del estado Carabobo a la que asiste su hijo. Un plantel, como la mayoría, en el que siguen las directrices del Ministerio de Educación: usan la Colección Bicentenario que, de acuerdo a una investigación previa realizada por Cecodap, está compuesta por libros con contenidos incompletos, tomando en cuenta que, de los 20 objetivos de aprendizaje de la Unesco, solo siete se abordan de manera parcial o superficial en los textos.

“Quiero que mi hijo tenga la información que yo no tuve”, dice Yosmary, consciente de los riesgos de dejar la educación sexual al azar de internet y las redes sociales.

En Carabobo, en el noroccidente venezolano, hay muchos estudiantes en la misma situación que el hijo de Yosmary. En varios colegios de distintos municipios (como Valencia, Naguanagua, Puerto Cabello, Libertador y Los Guayos) la educación sexual sigue siendo relegada a un segundo plano.

Cinco niñas, niños y adolescentes de entre 13 y 17 años consultados para este trabajo contestaron que no reciben clases en las que se aborde la sexualidad y recurren a  internet o a amigos de su misma edad para resolver sus dudas, inquietudes y saciar su curiosidad, por lo que pueden estar obteniendo información inexacta.

Una adolescente de 15 años de Puerto Cabello, por ejemplo, relató que cuando tiene preguntas sobre el tema se las hace a su tía de 35 años, una de las pocas adultas en las que confía. Pero es una excepción. La mayoría de sus amigos no tienen esa posibilidad y dependen de lo que encuentran en la web. “Mis padres no entienden”, comenta otra joven de 16 años de Los Guayos: “Piensan que hablar de sexo es malo o que me estoy desviando del buen camino”.

Docentes en desventaja

Los docentes, por su parte, a menudo no se sienten preparados para abordar estos asuntos. Una profesora de ciencias naturales de un colegio público en Naguanagua, que pidió no ser identificada, confiesa que hace más de una década no recibe capacitación sobre educación sexual.

“Estamos en la oscuridad”, admite: “Se espera que eduquemos a los niños, pero no nos dan las herramientas para hacerlo de manera efectiva”.

Un colega suyo, que trabaja en secundaria en el municipio Libertador, afirma que las charlas de educación sexual que imparten en la institución personal del Consejo Municipal de Derechos del Niño, Niña y Adolescente, una o dos veces durante el año escolar, generalmente son solo dirigidas a orientadores a quienes se les enseña a identificar posibles casos de abuso sexual. “Pero no estamos preparados, y es un problema grave, porque los niños y adolescentes confían en nosotros”, insiste. 

Hay, sin embargo, esfuerzos para llenar este vacío. Alecia Solórzano, coordinadora del Consejo Municipal de Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes del municipio San Diego, dice que desde esta instancia ejecutan programas de prevención y divulgación de los derechos y responsabilidades de los adolescentes. Y que atienden a víctimas de abuso a través de un equipo multidisciplinario de psicólogos y trabajadores sociales. Sin embargo, reconoce que el alcance es limitado porque se llevan a cabo sólo en cuatro planteles que dependen de la administración municipal, y se necesita un esfuerzo coordinado a nivel nacional para integrar la educación sexual en el currículo escolar de manera efectiva.

Contrastes en la educación privada

Uno de los coordinadores de la Zona Educativa en Carabobo, quien pidió no ser identificado, admitió que, a diferencia de los colegios públicos, en los privados se imparte la educación sexual como una materia, en la que se profundizan al respecto: “Abarca un enfoque integral que prepara a los estudiantes, no solo para entender su cuerpo, sino también para desarrollar relaciones saludables y conscientes”.

Esta diferencia marca una brecha significativa entre quienes tienen acceso a este tipo de educación y quienes dependen de las directrices públicas, donde, insisten docentes y alumnos, la información es limitada.

Felipe Jiménez, psicólogo especializado en atención de niños, niñas y adolescentes y miembro de la fundación Empodera Familia, ubicada en Carabobo, reitera que la educación sexual es fundamental, no solo para prevenir el abuso, sino también para empoderar a los niños, niñas y adolescentes. Al no recibirla, insiste, se perpetúan en ellos mitos y tabúes que alimentan la violencia y el abuso. “Es un derecho de los niños, niñas y adolescentes recibir esta información, y es responsabilidad de los adultos asegurar que la tengan”, subraya.

Jiménez insta a las autoridades educativas a tomar medidas concretas para garantizar que todos los niños y adolescentes, independientemente de su contexto socioeconómico, tengan acceso a una educación sexual de calidad. “Es un paso necesario para construir una sociedad más justa y segura para todos”.